Adulting

 El otro día, cepillándome los dientes a las 11 de la noche, después de haber tenido un día horrible, super enferma, con ganas de dormir profundamente, así como cuando en serio sientes que se te resetea la vida, fumé un poquito y vino la idea repetitiva de la adultez. Repasé en mi mente las cosas que había hecho en el día, cosas que hago diariamente sin que me lo pida nadie. Me levanté temprano, organicé (a medias, tampoco les voy a mentir), trabajé, almorcé cualquier ensalada mediocre con pollo en el restaurante más gringo y desabrido que te puedas imaginar, fui a “estudiar” y regresé a casa, lavé los platos y me cepillé los dientes a las once de la noche, justo antes de dormir.

Pucha, me vi al espejo y supe que hago esto todos los días. No exactamente lo mismo, pero hago que mi vida se mantenga en la línea de la independencia todos los días. No puedo simplemente resumirlo en días o semanas, es que llevo años haciendo lo mismo, en piloto automático, siendo adulta sin darme cuenta de que lo soy.

En mi mente, me siento de 21. Perdida, ansiosa por saber cómo carajos se hace para llegar al éxito, a ser feliz, a tener casa, carro y beca como nuestros papás. A veces siento que quisiera saber cómo carajo hacer para tener un perro sin que se me muera de inanición o de depresión porque su ama casi no está en casa. Me veo ansiosa, frustrada y exhausta.

Aun cuando todos los días hago cosas de adulta y pago con mi propio dinero todas y cada una de mis cuentas, me siento en el limbo de que ojalá aún mis papás me dieran dinero (ojo, que no es que lo necesite), pero es ese fresquito y palmadita en la espalda que sentías antes, ese “hey, fresca, we got you”. Es que, si no trabajas, no pagas el arriendo. Si no trabajas o ganas una platica decente, no puedes tomarte tu Caramel Oat Latte porque nadie te lo va a pagar.

Hemos estado viviendo escondidas de la adultez, como si no estuviéramos inmersas en ella. Acabo de cumplir 30 años y ese porro me hizo dar cuenta de que ya no tengo 21. Que hace mucho vivo sola y que en mi rutina debo reconocer la mujer que soy. Es que ya no soy la muchacha que planeaba el fin de semana, porque ahora tengo un Excel que marca mis gastos, ingresos y deudas, o que debo programar la terapia semanal para no ahogarme con mis propios pensamientos autodestructivos.

Qué crack era mi mamá, que tenía 29 años y ya tenía dos hijas. Hoy puedo sacar de la imagen que tenía de ella que lo sabía todo, porque no me imagino la sensación de inseguridad, de soledad, el terror y la voluntad de levantar a dos niñas. Creo que son cosas que nadie habla, porque es un poco ridículo aceptar que nos sentimos como ese meme de John Travolta, mirando para un lado y otro diciendo: “¿Qué pasa? ¿Qué tengo que hacer?”.

Este post es para que sepas que todos estamos así. Estamos descubriendo quiénes somos, soltando la mano a la adolescente que llevamos pegadita a la espalda. Que también nos sentimos cansados, frustrados, asustados, heridos. Que hay que abrazar el esfuerzo que hacemos, las rutinas y los espacios en donde anidamos. Que así como veíamos a nuestros papás dándolo todo y creíamos que eran invencibles, así somos.

 Somos adultos jóvenes, dando pasitos cortos y seguros para lo que viene después. En cada uno de esos pasitos habrá momentos únicos, y hay que tener la disposición para reconocerlos, abrázate, pide un domicilio y celebra que has sido lo que admirabas de peque, alguien con la voluntad de cultivar y la paciencia para recoger los frutos, así no lo veas. 

A todos los adultos jóvenes que me leen, ese porrito de vez en cuando, si ayuda! Los abrazo en la distancia 🩷


Con amor, miel con hiel. 



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