Feliz primer año...
Hace mucho no pasaba a escribir por aquí. Tenía muchas ganas, pero he estado tan ocupada viviendo la vida, que se me pasa sacar un tiempo para escribir. Sin embargo, hoy, después de una semana que me ha llevado demasiada carga emocional y física, me levanté, vi la fecha… y me congelé. Primero de mayo. Hace un año, a esta hora, estaba aterrizando en Buenos Aires, con miedo (pánico, en realidad), con más dudas que certezas, sin un solo conocido, sin un plan… pero con muchas ganas de vivir, de intentarlo, de seguir esa voz de la intuición que me guiaba y me decía que acá iba a encontrar algo. Algo que me hiciera crecer, avanzar, creer.
Pensar en eso todavía me revuelve los sentimientos. Hace un año era otra yo: una más inocente, más vulnerable, pero igual de arriesgada. Cuando empecé a pensar en mudarme, lo consideraba una locura inviable. Me hacía preguntas… Buenos Aires siempre ha tenido su magia, pero económicamente Argentina es un país muy inestable y con mucha incertidumbre. Sin embargo, yo sabía que mi lugar no era en Colombia. Sabía que había algo un poco más a mi medida, que me hiciera expandirme, crecer, sobresalir, sentirme más auténtica.
Mis papás nunca estuvieron muy de acuerdo con que me mudara. Mi papá, sobre todo, me decía que en Colombia lo tenía todo: una casa, comodidad, ahorros… pero para mí era una vida cómoda y un poco monótona, y eso no era suficiente. Cada vez que alguien me preguntaba si era feliz, mi respuesta era: "no lo suficiente". Y no quería que esa siguiera siendo mi respuesta. Aunque me daba miedo seguir mi intuición y equivocarme, era insostenible mantener esa respuesta. Tenía una vida por delante que se merecía mucho más que lo que le estaba dando. Soy joven, y merezco apostar por un lugar que me llene un poco más.
Al principio decidí que sería por tres meses y luego vería. Sin embargo, en una semana ya hice clic, encontré mi tribu, y en menos de un mes ya estaba viendo temas legales para quedarme. Es muy loco cómo nuestra intuición nos va guiando hacia donde debemos ir: es como una brújula invisible que nos dice “por aquí es” o “¡cuidado, peligro!”. Solo es cuestión de saberla escuchar. Estoy muy agradecida por todas las versiones que han salido en este proceso: desde la running/pilates era, hasta convertir los motopaseos en el medio de transporte favorito.
Lo que más valoro de estar acá es haber encontrado gente que ahora considero la extensión de mi familia, con la que he podido conectar de maneras muy profundas: hablar, bromear, reír, bailar. Argentina tiene una cultura de la amistad muy fuerte, y eso hace que sea fácil abrirse y conocer muchas personas. Lo convierte en un lugar muy especial para mí. Crecí laboralmente, ahora tengo un trabajo nuevo y muchos colegas con los que puedo hablar de lo que hago, que me enseñan constantemente.
Sin embargo, debo admitir que no todo ha sido color de rosa estando acá en Buenos Aires. He tenido que enfrentarme muchas veces a la incertidumbre económica del país, hacerme muchas preguntas, afrontar la soledad que llega en los momentos más inoportunos, ser mi propia adulta que está para sí misma cuando las cosas se ponen feas, cuando me da miedo ir al médico, cuando hay tormentas y quiero un abrazo. Pero ha estado bien. He podido aprender, ser vulnerable y, lo más importante, crecer.
Sé que muchos están acá por el chisme, así que chisme les voy a dar. En lo que al amor se refiere, ha sido lindo y complicado a la vez. He encontrado personas muy valiosas con las que he aprendido y crecido mucho. Agradezco especialmente a mi terapeuta, que me ha dado todas las herramientas para afrontar este ámbito de mi vida. Al principio tenía miedo: miedo a ser vulnerable, a que me hicieran daño, a mostrarme tal cual era.
Buenos Aires es mucho más liberal que Bogotá. Muchísimo. Acá es normal acostarse en la primera cita si pinta. No tengo queja alguna de los argentinos: los que yo he conocido son increíbles. Pero ha estado más difícil la tarea de lo que pensé. Personalmente, he tenido que dejar atrás versiones de mí misma que me limitaban o me llevaban a prejuzgar sin conocer. A intentar salir de esa casilla conservadora que me decía que todo tenía que tener un orden, una manera “correcta” de hacer las cosas. Poco a poco he ido abriéndome y rompiendo viejas estructuras, y me he quedado con una versión más genuina, que me hace sentir cómoda sin dejarme llevar por lo que es común o esperado. He podido conectar y ser completamente sincera sobre quién soy, qué pienso, y poner límites sobre lo que quiero.
He tenido que dejar ir, aunque duela. También me he dado la oportunidad de abrirme y de quedarme.
Así que sí, aplaudo a esa versión que decidió por una mejor vida, y le agradezco cada día.
¿Qué le diría? Que confíe. Que siga decidiendo por lo que es mejor para ella, que la vida se va a ir acomodando por el mejor camino. Que le espera mucho crecimiento. Y, sobre todo, que va a poder responder que sí: que sí es feliz, más de lo suficiente.
Con amor
Canela y Miel.
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